Esta historia empezĂł apenas puse un pie en el «Maracuyá», nuestro hogar flotante por cinco dĂas. Por la mañana nos despertamos con el suave balanceo del velero que estaba amarrado al fondo de una cala estrecha, una suerte de puerto natural. Estábamos ahĂ por invitaciĂłn de Jorge, un buen amigo quien acostumbra a veranear allĂ convirtiĂ©ndolo prácticamente en un local.Â


Smoothie time.


SofĂa en las oficinas de Correos.Â
Hay algo mágico en el pueblo de Deiá, un pequeño poblado medieval colgando en la Sierra de la Tramuntana. Sus casas de piedra cubiertas de hiedra y sus calles serpenteantes parecen salidos de un cuento y prometen secretos en cada esquina.Â
Mientras recorrĂamos el pueblo, era inevitable sentirse un personaje de una novela antigua, perdido en el tiempo donde la tranquilidad reinaba (bueno, y los turistas, teniendo en cuenta que era Agosto).
Eramos un grupo grande, comandado por mi buen amigo Jorge Vivancos y su novia Ali. Entramos a muchas tiendas pero no compramos nada.Â
Hago un parĂ©ntesis a esta historia. Recorriendo las calles, pasamos por la puerta de un bar que en cuanto lo vĂ, lo recordĂ© todo. Años atrás, en 2018 estaba en otro viaje con un amigo recorriendo la isla. Era el mes de Julio y se disputaba el mundial en Rusia. Jugaban Argentina – Nigeria un partido clave por la clasificaciĂłn y no tenĂamos donde verlo. De casualidad, recorriendo con el coche bares de carretera nos topamos con el Ăşnico bar que en una pizarra ponĂa «El partido de Argentina en vivo». Imposible olvidar aquella tarde donde logramos clasificar con un gol agĂłnico de Marcos Rojo en el minuto 93. Aquel bar, sin saberlo, estaba ubicado en el pueblo de Deiá y años mas tarde volvĂ a pasar por su puerta pero en otro plan. Cierro parĂ©ntesis.Â
DespuĂ©s de recorrer el tĂpico mercado de frutas, tiendas locales y de probar el mejor helado de stracciatella en mucho tiempo, como si nada llegamos a un mirador natural.
Era un balcĂłn a la inmensidad. Una ventana al mar infinito. Te daba una perspectiva real de lo pequeños que somos.Â


Rincones de Deiá.


Los colores del mercado. Â
Y qué hice? Lo obvio, saqué mi cámara.
Cada vez que veo esta foto (actualmente es el fondo de pantalla de mi ordenador), casi que puedo sentir el ruido del mar.Â
Pegado a este gran balcĂłn, hay un bar, modesto con unas mesas sencillas.
Estando ahĂ me puse a pensar en cĂłmo a veces damos por sentado las cosas. Imagino que para los dueños del bar, esa terraza, es simplemente su espacio de trabajo. Â


Tanto es asĂ, tan cotidiana es esta escena para los locales en este paraĂso, que el bar estaba absolutamente vacĂo. Ni un alma. El Ăşnico sorprendido por la vista, parecĂa ser yo.
La foto que protagoniza esta historia es un recordatorio, no solo de aquel momento sino de lo realmente pequeños que somos.
Lifetime Value
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Lista para colgar
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Enmarcado a mano
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Cada historia, es enmarcada según el tamaño, color y preferencia del waller.
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